No hay arte como el cinematográfico, capaz de crear nuevos mundos alternativos, sólo limitado por la imaginación de sus creadores. Pero, tal como dijo Pablo Picasso, «el arte es la mentira que nos hace comprender la verdad». La intención de esta sección es llamar la atención sobre aquellos momentos en que una buena recreación de la realidad nos provee, de manera inadvertida, de un mayor conocimiento científico.
El 1 de febrero de 1954, Estados Unidos efectuó, en el atolón de las islas Bikini, la llamada «Prueba Bravo», su mayor explosión nuclear en la atmósfera. Un error de cálculo provocó una detonación tres veces mayor que la originalmente calculada, llegando al orden de 15 megatones de TNT, mil veces mayor que la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima. Aunque impresionante, su efecto quedó empequeñecido cuando la entonces Unión Soviética diseñó el dispositivo llamado «Rey de las Bombas», una bomba capaz de liberar una energía de 100 megatones, aunque la versión probada en octubre de 1961 solo llegaría a liberar la mitad de esa energía.
Inspirada en ese clima político que no brindaba precisamente paz a los espíritus, la película inglesa El día que la Tierra se incendió (The Day the Earth Caught Fire, 1961) planteaba una intrigante premisa. En las primeras escenas, contra las imágenes de un Londres desierto como una versión infernal del verano, el reportero de un periódico comenzaba a dictar su crónica: «Dentro de unas pocas horas, el mundo conocerá si este es el final, u otro comienzo; el renacimiento del hombre, o su obituario final». Poco a poco, la película nos explicaba qué ocurría. Estados Unidos y la Unión Soviética habían detonado en ambos polos dispositivos nucleares en pruebas casi simultáneas. Los cambios climáticos observados sugerían que se había cambiado la orientación del eje de rotación de la Tierra, pero pronto se descubre algo mucho peor. La Tierra había alterado su órbita y estaba cayendo hacia el Sol. La única esperanza era lograr que otra serie de detonaciones cuidadosamente programadas retornara a la Tierra a su órbita natural.
¿Podría ocurrir esto en realidad? Para mover la Tierra hacia el Sol, se debería expulsar en la dirección opuesta al Sol a mayor velocidad que la de escape (11,2 km/s). Haciendo unos simples cálculos podemos ver que el efecto sobre el movimiento de la Tierra sería casi imperceptible. Por ejemplo, si la explosión de la Reina de las Bombas expulsara cien millones de toneladas de material a la velocidad de escape terrestre, movería a la Tierra en la dirección opuesta a una velocidad de 6 mm/año, nada por lo cual ponerse nervioso a corto plazo. Ha habido explosiones de la misma naturaleza más energéticas sin efectos aparentes. Por ejemplo, la famosa erupción del Krakatoa el 26 de agosto de 1883 expulsó una energía de 150 megatones, sin ocasionar un cambio apreciable en la inclinación del eje de rotación o de la órbita terrestre, aunque sí grandes efectos climáticos debido al polvo esparcido sobre todo el globo. Y el cuerpo que impactó contra la Tierra hace 65 millones de años, posible causa de la extinción de los dinosaurios, pudo provocar una explosión de 50 millones de megatones, sin afectar prácticamente a nuestra órbita.
¿Pero qué pasaría si la distancia entre la Tierra y el Sol realmente cambiara? A decir verdad, eso lo hace todo el año. La órbita de la Tierra es excéntrica (es decir, con forma de elipse en lugar de circular). La distancia promedio entre la Tierra y el Sol es de 150 millones de kilómetros (la llamada Unidad Astronómica), pero cambia durante el año entre 152 y 147 millones, sin afectar el desarrollo de la vida en nuestro planeta. El cambio en la distancia hace oscilar el valor de la radiación que cae del Sol en valores del orden del 7%. Sin embargo, la distancia entre la Tierra y el Sol es posiblemente el factor menos crítico en relación con la temperatura promedio de la Tierra (más importante son consecuencias como el efecto invernadero, que mantiene la Tierra a temperatura habitable, o bien la actividad volcánica, que regula la cantidad de polvo en la atmósfera).
Aún más sorprendente es descubrir que también ha cambiado la distancia entre la Tierra y el Sol durante la historia del Sistema Solar. Al disminuir la velocidad de rotación del Sol, por las leyes de conservación de momento angular la Tierra se mueve más rápidamente y se aleja del Sol con el tiempo. El período de una rotación del Sol ha pasado de dos meses (cuando el Sol tenía una edad de mil millones de años) a un mes, pero la órbita terrestre sólo ha cambiado en centímetros.
¿Pueden salvar a nuestro mundo esas explosiones provocadas? ¿Habrá esperanza para la humanidad? Dejo a los lectores que lo descubran por sí mismos cuando vean la película. Como buenos periodistas, en las escenas finales los operarios de la imprenta del periódico tienen dos posibles titulares ya preparados para imprimir. En uno de ellos leemos “La Tierra, salvada”, en el otro... “La Tierra, condenada”.
(Publicado originalmente en IAC NOTICIAS, N. 1-2003. pág. 91)
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Esta serie de artículos rinde homenaje a nuestro compañero Héctor Castañeda, fallecido recientemente. "LA REALIDAD DE LA FICCIÓN" fue una sección fija en la revista IAC Noticias, de 2001 a 2006, en la que el investigador analizaba películas y explicaba sus errores y aciertos.