Por este motivo astronómico, Elche, Burgos, Cistierna y Canarias fueron centros de atención mundial en el siglo XX
En el verano de 1905, España, que por entonces contaba con casi 12 millones de analfabetos totales de una población de 18,6 millones, se convirtió en la capital científica mundial, aunque por pocos días. Todo se debió a los cálculos de astrónomos que predijeron que nuestro país sería el lugar en el que más tiempo se podría observar el eclipse solar total de ese año: 3 minutos y 45 segundos, superando los 2 minutos y medio que duró en la Península del Labrador (Canadá) y en Egipto.
Uno de los emplazamientos agraciados fue Burgos, lugar al que se desplazaron comisiones de los Observatorios de Burdeos, de Meudon y de Montpellier, dirigidos respectivamente por los científicos Rayet, Deslandres y Meslin. Aparte de la francesa, también acudieron a la cita delegaciones de Alemania, Holanda, Bélgica y Reino Unido.
Hubo otra expedición en el pueblo leonés de Cistierna. Hasta allí se trasladó Pierre Puiseux, astrónomo titular del Observatorio de París (“astrónomo perfecto, de tranquilo mirar, habituado a las científicas investigaciones, lejos de las batallas de la vida”, lo describían en la prensa de la época). Su séquito lo formaban nombres como Mr. Hamy (espectrógrafo), Bouty, Mr. Gautier (ingeniero) y Mr. Baillaud (director del Observatorio de Toulouse).
Las dos campañas corrieron diversa suerte. Mientras que en Cistierna el cielo se encapotó en el momento menos oportuno, frustrándose de este modo la expedición, en Burgos consiguieron, tal y como se afirma en la revista La Ilustración Española y Americana, “unos resultados optimistas”.
El de Cistierna/Burgos es uno de los eclipses pintorescos que han tenido un papel con cierta –en algunos casos, mucha- relevancia en episodios de la Historia. Previamente, en 1900, se vivió algo parecido en Elche, cuando Camille Flammarion, el astrónomo-estrella por antonomasia, encabezó la expedición científica francesa para ver el eclipse de Sol actuando de reclamo para el resto de observatorios europeos.
Mariano D. Berrueta, el político y escritor que firma el artículo dedicado al fenómeno burgalés de 1905 en la publicación mencionada comenzaba con estas palabras: “Doctores tiene la Iglesia para definir el Dogma, y colaboradores valiosísimos tiene La Ilustración Española y Americana para explicar científicamente el resultado de las observaciones hechas antes, en y después del eclipse solar que este humilde cronista, sin segunda intención astronómica, ha presenciado hoy”.
Sin duda, era buena señal que España estuviera abandonando los prejuicios religiosos, pero lo cierto es que este carácter divino, sobrenatural, que tradicionalmente se les ha atribuido a los eclipses pudo salvarle la vida a Cristóbal Colón y a su tripulación. El genovés se encontraba en Jamaica, y los primitivos habitantes de la isla se negaban a suministrarle víveres. Como la situación era delicada –en los buques no había casi provisiones-, Colón, conociendo el dato científico, decidió amenazarles con dejar sin luz a la Luna si seguían negándose a alimentarlos. En efecto, el eclipse, en este caso lunar, ocurrió como estaba previsto, y los indígenas se asustaron tanto que proporcionaron todo cuanto necesitaran las naves españolas. Posiblemente habrían pensado que Colón era una especie de mago, como Tintín en El Templo del Sol.
Hablando de ciencia y prejuicios, ese mismo año del eclipse de Cistierna/Burgos, 1905, fue el de la publicación de la Teoría de la Relatividad Especial de Einstein, que se ganó la incredulidad de gran parte de la comunidad científica del momento. Y para poder verificar la Teoría de la Relatividad General, de 1915, tuvo que esperarse al eclipse de Sol de 1919. De ser cierta, los rayos de luz estelar que pasaran cerca del borde del Sol se doblarían ligeramente y harían que sus progenitores estelares apareciesen ligeramente desplazados en el cielo, dado que la luz se curvaría por la acción de la gravedad. Y así ocurrió en principio. Después se supo que los datos no fueron correctos, aunque el fenómeno en sí se haya comprobado en numerosas ocasiones posteriores.
Los eclipses en general y los de Sol en particular han sido una fuente valiosa de información en Astronomía. La corona solar, por ejemplo, sólo se puede observar desde tierra en esas circunstancias. La comisión científica de Burgos consiguió datos sobre los siguientes aspectos: la física y química de las envolturas del Sol y la forma de las protuberancias solares, las diferencias y anomalías de intensidad lumínica entre la corona solar y los alrededores del cielo y la constitución de la corona solar desde el punto de vista de la polarización.
En un fragmento de un artículo publicado en un periódico de la época, El Castellano, y recogido en el libro Eclipse total de Sol en la ciudad de Burgos, de Mª Luisa Elúa Vadillo, se describía así el evento en la ciudad burgalense: “El oscuro disco de la luna va avanzando sobre el disco del sol, produciendo una ligera mordedura que va progresivamente creciendo (…). La corona solar ofrecía, indudablemente, un aspecto interesantísimo y sorprendente. Al cabo de breves momentos aparecen chispitas de luz como perlas en uno de los extremos del disco lunar (…).”. Esas “chispitas de luz” posiblemente hiciera referencia a las bautizadas como “perlas de Baily” descritas por Francis Baily precisamente en un eclipse, el solar de 1836. Este fenómeno se produce porque el relieve lunar no es esférico y, por esa razón, en los segundos que preceden el máximo del eclipse se producen destellos.
Otro eclipse total de Sol fue visible desde Canarias el 2 de octubre de 1959. Este evento astronómico impulsó la idea de la necesidad de un observatorio permanente en Tenerife (el Observatorio del Teide), cuestión que ya había sido sugerida a principios de siglo por el astrónomo francés Jean Mascart, pero truncada con la Primera Guerra Mundial. Las condiciones del clima y las altas cumbres de Canarias atrajeron a numerosos científicos, como un equipo británico que se trasladó a las Islas para estudiar los efectos del eclipse en las aves. Sin duda, lo que más llamó la atención fue la llegada de un reactor ultrasónico F-101 B de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos que se pasó varias semanas sobrevolando las Islas a 1.800 km/h para filmar el eclipse. Muchos curiosos se acercaban a este avión y algunos convivieron con los técnicos llegados desde Estados Unidos.
De eclipse en eclipse llegamos a la actualidad. Hoy en día, los eclipses se pronostican con gran nivel de precisión. El sitio web http://www.timeanddate.com/eclipse/list.html alberga datos de eclipses de los próximos 10 años. El más cercano en el tiempo será el próximo 13 de septiembre, un eclipse solar parcial que se podrá ver en el sur de África, los océanos Índico y Atlántico y en la Antártida. Un eclipse como el de Burgos, eclipse total de Sol, no se producirá hasta el 21 de agosto de 2017, que será visible desde Estados Unidos, pero antes, a finales de este mes, el 28 de septiembre, tendremos la oportunidad de contemplar el eclipse de una superluna. ¿Se lo van a perder?
Este artículo ha sido publicado en la versión digital del periódico El País/Materia con fecha 3 de septiembre de 2015: http://elpais.com/elpais/2015/09/03/ciencia/1441288239_090332.html