Año 1800. Seis astrónomos se reúnen en el Observatorio privado de Johann Schröter en Lilienthal, al norte de Alemania. Allí fundan la primera sociedad astronómica y se organiza la llamada Policía Celeste con objeto de encontrar el “planeta perdido”, ya intuido por Kepler en el siglo XVI, entre las órbitas de Marte y Júpiter.
Antes de aquella reunión, en 1766, el científico alemán Johann Titius de Wittenberg había establecido una ley a la que no consideró importante a juzgar por el tratamiento que le dio como un simple pie de página en un libro sobre ciencia en general que había traducido. Se trataba de una sencilla relación matemática con la que se podían determinar las distancias de los planetas respecto del Sol. Finalmente, esa ley había llegado a ser bien conocida gracias al director del Observatorio astronómico de Berlín, el también alemán Johann Bode, quien la enunció en 1772 y, de ahí, que lleve su nombre. Hoy, la mayoría de los astrónomos creen que la Ley de Bode –en justicia, Ley de Titius-Bode- es meramente una coincidencia matemática sin ningún significado real.
Para establecer estas distancias y como si de un pasatiempo matemático se tratara, la Ley parte de la secuencia de números 0, 3, 6, 12, 24, 48, 96, 192, 384, donde a cada número, que es el doble del anterior, si exceptuamos el primero, se le suman 4 unidades, de modo que la secuencia numérica resultante es 4, 7, 10, 16, 28, 52, 100, 196, 388. Si la distancia del Sol a la Tierra se fija en 10 (lo que equivaldría a 1 Unidad Astronómica), en la misma escala, se observa que esta sucesión de números coincide con las distancias medias reales entre el Sol y los planetas: a Mercurio, 3,9; a Venus, 7,2; a Marte 15,2; a Júpiter 52 y a Saturno 95,4.
Cuando Bode formuló su regla aún no se habían descubierto los tres últimos planetas (Urano, Neptuno y Plutón, entonces aún inscrito en esa categoría), de manera que su tabla sugería que podía haber uno o más planetas a aproximadamente estas distancias más allá de Saturno. Cuando se descubrió Urano, su distancia media en esta escala resultó ser de 192, lo que reforzaba la relación numérica. En cambio, después se vio que la ley no era aplicable a los casos de Neptuno, descubierto en 1846, y Plutón, descubierto en 1930, con distancias menores que los valores previstos teóricamente: 300,7 en lugar de 388, que siguiendo la serie sería el resultado de sumar 4 al doble de 384, y 394,6 en lugar de 772, por la misma regla. La Ley sí parece verificarse en el caso de satélites de Júpiter, Saturno y Urano e, incluso, con sistemas exoplanetarios.
Pero lo más importante de la Ley de Bode, lo que realmente llamaba la atención de esta correlación de secuencias, y lo que se preguntaban los astrónomos reunidos en Lilienthal, era qué había entre el 16 y el 52, entre Marte y Júpiter, por qué no encontraban ningún planeta en la posición número 28. Estaban convencidos de que uno de los planetas del Sistema Solar había pasado desapercibido y, por ello, se afanaron en su búsqueda patrullando con telescopios todo el cielo, que se dividió en 24 partes para facilitar el trabajo.
El 1 de enero de 1801 (el primer día del primer mes de un nuevo siglo) se produjo el gran descubrimiento. Sin embargo, fue Giuseppe Piazzi, un astrónomo siciliano que no era del equipo (aunque después se sumaría a la Policía Celeste), quien descubrió por casualidad, mientras compilaba un catálogo de estrellas, el supuesto “planeta perdido”.
Mas no fue un planeta nuevo lo que Piazzi descubrió, aunque así lo llamaran en un principio, sino un pequeño objeto similar a un planeta, Ceres, el primero de los planetas menores o asteroides (término que propuso el astrónomo William Herschel por su apariencia estelar) que se descubrirían posteriormente. Al principio, a un ritmo lento: sólo se habían descubierto cuatro (Pallas, Juno y Vesta, además de Ceres) cuando la Policía Celeste se disolvió en 1815, y el quinto (Astrea) no se localizó hasta 1845. Ya eran un centenar, hacia 1870, los objetos descubiertos y que componían el Cinturón de Asteroides entre Marte y Júpiter. Hoy conocemos más de 600.000 asteroides con órbitas determinadas, pero se estima que hay aproximadamente un millón con diámetros mayores de 1 km y este número se eleva decenas de millones si consideramos asteroides de más de 100 m de diámetro. Con sus 950 km, Ceres, bautizado como la diosa romana de las plantas, es el más grande de todos ellos, hoy ya no un “planeta perdido”, sino un “planeta enano”.
Este artículo ha sido publicado en la versión digital del periódico El País/Materia con fecha 2 de julio de 2015: http://elpais.com/elpais/2015/07/01/ciencia/1435759300_273903.html