Charles Abbot intentó medir las variaciones en la irradiancia solar desde estaciones en tierra antes de que los satélites lo hicieran
El método científico tiene dos elementos esenciales. El primero de ellos es el planteamiento de una hipótesis razonable de partida y el segundo, su validación mediante la observación o la experimentación. En ocasiones, la hipótesis podrá comprobarse en un corto período de tiempo, con lo cual el científico estará feliz, escribirá artículos, demostrará a los evaluadores su eficacia e incluso recibirá algún premio. Ahora bien, en no pocos casos la observación requerirá un largo y costoso programa, sin garantías previas de éxito. La Historia de la Astrofísica nos muestra numerosos casos en que, incluso partiendo de una hipótesis sensata, los resultados finales no son los esperables, en muchos casos debido a que las técnicas adecuadas estaban aún por llegar. Al menos a corto plazo, el sistema científico no suele recompensar a los audaces. Charles Abbot fue uno de esos casos.
Charles Abbot nació en 1872 en Wilton (New Hampshire, Estados Unidos). Después de unos estudios marcados por su interés por la instrumentación, decidió presentarse al examen de ingreso en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, donde cursó estudios de Ingeniería Química, si bien luego los cambió por los de Física. Licenciado en 1894, obtuvo pronto una beca como ayudante de laboratorio. Como consecuencia de un afortunado y breve encuentro en Boston con Peter Langley (https://es.wikipedia.org/wiki/Samuel_Pierpont_Langley), director del Observatorio Astrofísico de la Institución Smithsoniana, se incorporó a dicha institución en 1895. Allí se unió al programa iniciado por su mentor sobre la medida de la energía solar y sus posibles variaciones temporales. El parámetro a medir era la “irradiancia”, la cantidad de energía solar que llega a la Tierra por unidad de superficie y tiempo.
En 1844, el alemán Samuel Schwabe había descubierto que el número de manchas solares variaba con un ciclo de 11 años. Como las manchas eran más oscuras que el resto de la superficie solar no era extraño pensar que tales cambios podían inducir variaciones en el clima terrestre. Su descubrimiento tendría unas claras consecuencias para la predicción del clima. Sin embargo, para verificar tal hipótesis, se requería una gran estabilidad en las medidas de la irradiancia solar durante prolongados períodos de tiempo.
A la muerte de Langley, en 1905, quedó Abbot como responsable del proyecto y de la dirección del centro. Consciente de que la atmósfera terrestre limitaba mucho la precisión de sus medidas, trató de desarrollar una mejor instrumentación, mejoró las técnicas de corrección de los efectos atmosféricos y seleccionó lugares óptimos para las medidas de la radiación solar. Para este último objetivo se embarcó en un largo y costoso proyecto de medidas en lugares situados a gran altura en diferentes zonas del globo terrestre. Al emplazamiento original en el californiano Monte Whitney se fueron incorporando estaciones en Arizona y Nuevo México. Fuera de Estados Unidos, se trasladaron a diferentes montañas de Chile, Argelia, Sudáfrica y Egipto. También amplió sus medidas a campañas con globos meteorológicos.
Abbot fue un auténtico pionero de las actuales redes de observación astronómica repartidas por el globo terráqueo. Por desgracia, no fue consciente de la importancia de las cumbres de Canarias y de Hawai. No menos digno de resaltar fue su habilidad para conseguir financiación durante tantas décadas.
El tema principal del musical “El Hombre de la Mancha” lleva el título “Un sueño imposible”, algo que se puede aplicar perfectamente a la vida de Charles Abbot. Convencido de la idea a perseguir, la siguió con esfuerzo y dedicación, a pesar de las críticas recibidas, que le advertían de lo imposible que iba a resultar alcanzar su sueño. Los cambios que buscaba eran demasiado pequeños para detectarlos entre el ruido introducido por los cambios de transparencia de la atmósfera terrestre.
En 1944, Abbot dejó la dirección del Observatorio, aunque continuó con los programas de observación hasta su conclusión en 1957. La gran cantidad de datos acumulados (ftp://ftp.ngdc.noaa.gov/STP/SOLAR_DATA/SOLAR_IRRADIANCE/abbot/) se han analizado posteriormente por diferentes investigadores para estudiar las condiciones de transparencia de los observatorios y la influencia de factores como las erupciones volcánicas (http://www.atmos-chem-phys.net/11/3291/2011/acp-11-3291-2011.pdf).
En 1938, Abbot escribió el libro El Sol y el Bienestar del Ser Humano, donde expone la importancia de disponer de una fuente de energía como la solar, libre de contaminaciones, ante los peligros que, como intuía, podía producir el uso creciente del petróleo.
Después de una vida centenaria y activa hasta sus últimos días, Charles Abbot falleció en 1973, pocos años antes de que los satélites dispusieran de instrumentos a bordo para medir la irradiancia solar (http://www.pmodwrc.ch/pmod.php?topic=tsi/composite/SolarConstant). Hoy se dispone de registros fiables a lo largo de los últimos 40 años, lo que habría sido el sueño de Abbot. La amplitud de tales variaciones con el ciclo solar resultó mucho menor de lo que Abbot habría podido imaginar en sus peores pesadillas. Curiosamente tales registros de la irradiancia solar, medidas desde el borde superior de la atmósfera terrestre, son una base empírica muy fuerte en contra de la idea de que el calentamiento actual, el cambio climático, pudiera ser producido por la actividad solar (http://www.bloomberg.com/graphics/2015-whats-warming-the-world/). En cualquier caso, como decía el barman de Irma la dulce del gran Billy Wilder, esa es otra historia…
Este artículo ha sido publicado en la versión digital del periódico El País/Materia con fecha 30 de julio de 2015: http://elpais.com/elpais/2015/07/30/ciencia/1438265293_370352.html