Cada noche, miles de puntos de luz se encienden en el firmamento como si una mano indiscreta pulsara un interruptor cósmico. No todos son estrellas: los satélites espaciales comenzaron a formar parte de nuestro paisaje nocturno desde el inicio de la carrera espacial, en 1957. Aquel año, la Unión Soviética hizo historia al poner en órbita el Sputnik I. Le siguió Explorer 1, lanzado por Estados Unidos tan solo cuatro meses más tarde, en enero de 1958. Tras ellos, otros muchos países se han sumado a eso de invertir cantidades ‘estratosféricas’ para poner en órbita instrumentos del tamaño similar al de un autobús escolar... Con fines muy diversos.
Al principio, solo las grandes agencias estatales podían permitirse el billete de entrada al espacio: la NASA (Estados Unidos), la ESA (Europa), la CSA (Canadá), la JAXA (Japón), Roscosmos (Rusia)… Sin embargo, el desarrollo tecnológico ha abierto la veda a empresas privadas, universidades y centros de investigación. En definitiva, a organismos más pequeños que encuentran en los mini, micro y nanosatélites la alternativa para hacerse un hueco en la inmensidad del vacío que envuelve la Tierra.
10 x 10 x 10. Son las dimensiones que puede llegar a tener un nanosatélite. No en metros, sino en centímetros. Estos pequeños instrumentos de observación espacial son el resultado de un enorme esfuerzo por reducir costes sin restar eficacia a las misiones.
“Desarrollarlos requiere de menor tiempo e inversión económica, de modo que entran nuevos actores al mundo del espacio, más allá de las agencias estatales”, apunta Álex Oscoz, investigador principal de IACTEC Espacio, un programa del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) orientado al desarrollo de tecnología espacial. El proceso, que ha sido bautizado como ‘democratización del espacio’, se traduce en una mejora en el desarrollo de la tecnología, asegura, “y eso es lo que empezamos a hacer en IACTEC”.
New Space: hacia la democratización del espacio
El IAC lleva 60 años observando el cielo. Al principio lo hacía utilizando los telescopios que otros países construían en los Observatorios de Canarias (unos 60, en la actualidad). Pero poco después, de forma paralela a la investigación científica, el organismo comenzó a desarrollar su propia instrumentación, “lo que lleva al IAC a situarse como un organismo destacado tanto en ciencia como en tecnología”, apunta Álex Oscoz. “Y no lo hacemos solo para nosotros, sino también para grandes observatorios de otros lugares del mundo”.
En algún momento del pasado, el Instituto comenzó a colaborar con la ESA (Agencia Espacial Europea) para construir cargas útiles de satélites. “Eran monstruosos… Instrumentación muy compleja, y hemos participado prácticamente en todas las misiones científicas de las últimas décadas, pero nunca habíamos liderado un instrumento de estas características, asegura Oscoz. Hasta ahora.
DRAGO (Demonstrator for Remote Analysis of Ground Observations, por sus siglas en inglés) es el resultado de cuatro años de trabajo desarrollado desde IACTEC: una cámara diseñada para observar en el infrarrojo cercano hacia la Tierra. Y está a punto de despegar. Pero para poner en órbita un instrumento no basta con desarrollarlo. Además, hace falta un satélite donde integrarlo y un sistema de lanzamiento hacia el espacio.
ALISIO (Advanced Land-Imaging Satellite for Infrared Observations) es la cápsula en la que el equipo esperaba insertar DRAGO para enviarlo al espacio. “Lo teníamos ya todo preparado, pero nos faltaba financiación, porque la plataforma y el lanzamiento cuesta tanto o más que el instrumento en sí”. Por ello, el equipo ha decidido lanzar únicamente el instrumento DRAGO, la carga útil, dentro de un satélite de una compañía italiana de transporte espacial: D-Orbit.
Es una de las empresas especializadas en el transporte espacial, cuyo modelo de negocio consiste en integrar la instrumentación de otros organismos dentro de un mismo satélite para lanzarlos en conjunto hacia el espacio y, una vez allí, proporcionar la estructura a aquellos que lo necesiten… Y expulsar al resto hacia el exterior para que funcionen de forma independiente.
ION es la plataforma de D-Orbit encargada de integrar a DRAGO en su lanzamiento, previsto para el viernes 22 de enero en Cabo Cañaveral. Un proceso que depende de SpaceX, empresa del magnate sudafricano Elon Musk, y que lleva consigo una lista ambiciosa de propósitos de año nuevo.
Fines sociales
La misión de DRAGO en el espacio es extraer imágenes de la Tierra para ofrecer información útil a la sociedad. “Durante muchos años hemos trabajado en el desarrollo de instrumentos enfocados a la Astrofísica, porque es lo que define al instituto, pero en muchas ocasiones, esta tecnología no llega adecuadamente a la sociedad”, comenta Álex Oscoz. Al menos, no se traduce en un impacto social positivo a corto-medio plazo.
El equipo pretende demostrar que “con pequeños satélites se pueden obtener imágenes muy útiles para la sociedad” en lo que respecta a la detección de focos de incendios, vertidos de petróleo en el mar, evolución de los cultivos, desertificación, estado de los océanos… Imágenes que se publicarán en Internet para que cualquier persona pueda acceder de forma gratuita.
Equipo multidisciplinar
“Trabajar en el espacio es totalmente diferente a trabajar en la Tierra: una vez envías el instrumento no hay vuelta atrás, no puedes repararlo y, además, existen unas limitaciones brutales en cuanto al peso y la potencia”. DRAGO, de hecho, solo pesa 1 kilogramo y consume 5 vatios, 20 veces menos energía que una bombilla común. Algo que incrementa exponencialmente el mérito de su desarrollo.
Y a esto se suman las temperaturas extremas del espacio, el riesgo de recibir impactos de rayos cósmicos energéticos, que podrían destruir o estropear parte de los componentes… “Crear un equipo capaz de hacer este tipo de cuestiones no ha sido fácil, porque partíamos de cero. Lo hemos logrado, y ahora contamos con un equipo de gente increíble”.
Pero es un caso aislado. A raíz de este tipo de misiones, se espera comenzar a crear una red de contactos profesionales que permita atraer o crear empresas tecnológicas en las Islas.
Un ecosistema empresarial
“Por desgracia, las empresas altamente tecnológicas escasean en Canarias, algo que queremos cambiar”, comenta Oscoz, que recuerda las complicaciones de crear en Tenerife un equipo profesional a la altura de la misión. “Queremos poner el IAC y a Tenerife, no solo en el mapa de la Astrofísica, sino también en el de la tecnología espacial”. En definitiva, dar un paso más allá y, así, generar una infraestructura empresarial beneficiosa para impulsar la economía de la Isla.
Más allá de sus propósitos principales, el proyecto aspira a allanar el camino hacia el que sería el cuarto objetivo: crear el tercer observatorio del IAC, tras el de Tenerife y el de La Palma. Pero en este caso, en el espacio. Según el líder de la misión, “sería una revolución; ampliar fronteras totalmente para que el IAC pueda disponer de sus propias observaciones desde el espacio”.
La fase más crítica
“El proyecto promete al Instituto una serie de implicaciones enormes, y también a Canarias. Hasta ahora, las Islas solo eran conocidas en el mundo de la Astrofísica, y queremos atraer empresas para destacar también en el ámbito de la tecnología espacial, ser punteros en otro campo en el que hasta ahora no lo éramos”, subraya Oscoz.
Y afronta su fase más crítica. “Ha llegado el momento de demostrar que lo estamos haciendo bien”, comenta este astrofísico. “En el espacio puede ocurrir cualquier cosa, pero tenemos mucha ilusión y esperanza en que DRAGO funcione y se convierta en el primero de muchos proyectos”. No solo en observación terrestre, sino también con fines de investigación astrofísica.
Dado que las perspectivas son buenas desde los inicios, IACTEC ha recibido un fuerte apoyo por parte del Comité de Dirección y de otros departamentos del IAC. “Hay muchas personas implicadas y, además, contamos con el apoyo financiero del Cabildo de Tenerife, que nos ha permitido contratar personal dentro de este programa y que, sin él, este proyecto no hubiera salido adelante”.
Este tipo de misiones no siempre ha tenido buena acogida por parte de la sociedad, dado el impacto negativo que las megaconstelaciones de satélites pueden provocar en la oscuridad del cielo. “En el IAC y, en particular, desde IACTEC-Espacio, somos conscientes de este posible impacto”, reconoce Álex Oscoz, que asegura que “nuestras raíces astrofísicas nos hacen estar siempre en busca de los cielos más oscuros posibles y evitar su contaminación a toda costa”.
Además de cumplir las recomendaciones de la ESA para minimizar el impacto, el IAC está implicado en los grupos de trabajo de la Sociedad Española de Astronomía y en el programa Dark and Quiet Skies for the Science and Society, organizado en colaboración con la IAU (Unión Astronómica Internacional) y la UNOOSA (Oficina de Naciones Unidas para asuntos del Espacio Exterior), con el fin de buscar soluciones y recomendaciones para evitar estos problemas.
Así, el próximo viernes, 21 de enero, el equipo de IACTEC-Espacio verá despegar desde Cabo Cañaveral el fruto de cuatro años de trabajo con dirección al espacio, sin número, para sumarse a los miles de puntos de luz que cada noche adornan el cielo nocturno. Lo harán con todas sus ilusiones fijadas en los propósitos de DRAGO: un pequeño satélite dispuesto a abrir grandes caminos. Hacia la Tierra, y hacia el resto del Cosmos.
ACTEC-Espacio es un programa integrado en IACTEC, el espacio de colaboración tecnológico y empresarial del IAC, que cuenta con el apoyo financiero –Programa de Capacitación, al amparo del Programa TFINNOVA 2016-2021, del Marco Estratégico de Desarrollo Insular (MEDI) y del Fondo de Desarrollo de Canarias–, y de infraestructuras (edificio IACTEC) del Cabildo Insular de Tenerife.