La acción de mirar al cielo es tan antigua como la humanidad. Hace varios millones de años, nuestros ancestros más lejanos ya observaban el firmamento con el mismo entusiasmo con el que astrofísicos y aficionados de todo el mundo ponen hoy el ojo en el telescopio. Algunas cosas no han cambiado: seguimos intentando responder cuestiones inherentes a la razón. Preguntas cada vez más complejas que impulsan el conocimiento astronómico y lo hacen crecer, como el Universo, a un ritmo acelerado.
¿De dónde venimos? ¿Estamos solos? ¿Hay vida después de la muerte? Estas y otras cuestiones han recorrido innumerables mentes a lo largo de la Historia y constituyen un punto de unión entre civilizaciones, a menudo separadas ampliamente en el tiempo y en el espacio. Todas ellas buscaban la respuesta en el mismo lugar: el cielo.
“El miedo a la muerte ha estado presente en todos los pueblos… Y los cielos dan esperanza”, apunta Juan Antonio Belmonte, astrofísico del IAC especializado en Arqueoastronomía. El ciclo del Sol, de la Luna, de las estrellas… Los grandes protagonistas del cielo parecen renacer tras completar cada ciclo, “y por ello se le asoció desde muy temprano con la idea de la inmortalidad”.
No es de extrañar el prematuro nacimiento de la Astronomía, cuyos orígenes se remontan a los mismos que el ser humano. Hace 34.000 años, en la Edad de Piedra, se representaban las fases lunares mediante incisiones en huesos. Hace 6.000 años, los sumerios dan nombre a las primeras constelaciones desde la ciudad de Ur, al sur de Mesopotamia. Mil años después, la civilización egipcia construye las pirámides de Giza. Y, poco después, se alza el famoso Stonehenge, en la actual Inglaterra, con una estratégica alineación hacia el Sol y la Luna.
La humanidad ha tratado de aproximarse al cielo desde los tiempos más remotos hasta nuestros días y dar, así, una explicación a los fenómenos que ocurren en él. Muchas veces, por su utilidad práctica: navegar, predecir inundaciones, cosechas…
“El Cosmos influye en todas las civilizaciones, aunque no tengan nada que ver unas con otras”, explica Belmonte, tomando como ejemplo las Pléyades, un cúmulo de estrellas cuya aparición indicaba, en Mesoamérica, la llegada de la estación pluvial, mientras que, en el Mediterráneo, marcaba el comienzo de la cosecha. “Es un fenómeno de convergencia: ante necesidades similares, se adoptan soluciones similares”, comenta el experto.
Pero, más allá de su utilidad práctica, el cielo parece contener las respuestas a las grandes preguntas del ser humano. Al principio, la imaginación era la única herramienta para responderlas, lo que dio lugar a innumerables mitos y leyendas que aportaban algo de satisfacción a tal sed de conocimiento. Historias que poseen una riqueza cultural incalculable... Pero no científica.
El nacimiento de la Ciencia
Con el paso del tiempo, la Ciencia comenzó a desenredar el tejido que unía imaginación y realidad. “Antiguamente se acercaban al conocimiento del Cosmos con mitos, ideas, creencias…”, apunta Belmonte, aunque algunas “antiguas civilizaciones, como la egipcia o la maya, ya utilizaban el método científico”. Un método cada vez más sofisticado que, en el año 600 a.C., dio paso al nacimiento de la Ciencia.
Fue Tales de Mileto el primer intrépido en prescindir de los dioses para explicar los fenómenos naturales. El primer científico. Zeus, Poseidón y el resto de la pandilla divina quedarían al margen de rayos, tormentas y demás acontecimientos naturales en favor de la propia naturaleza, nueva encargada de proporcionar respuestas a tantas preguntas.
Tales nos regaló algo más que su famoso teorema y, así, la Ciencia comenzó a brindar las primeras grandes respuestas, que no siempre fueron bien recibidas por todos: la Tierra no es plana; el Sol no es el centro de Todo; el Universo no se creó en siete días…
Un círculo virtuoso
A medida que la Ciencia avanza, surgen nuevas cuestiones cada vez más sofisticadas que, inevitablemente, impulsan el conocimiento sobre todo lo que nos rodea. Una especie de círculo virtuoso que nos ha ayudado, desde nuestros orígenes, a nutrir una de las necesidades inherentes del ser humano. Son muchas las grandes respuestas que la Astronomía ha brindado desde que los seres humanos comenzáramos a mirar el cielo con ojos críticos. Y, sin embargo, “no conocemos más que el 7% del Universo”, apunta Belmonte.
Entre otros grandes misterios, todavía no se han logrado descifrar los entresijos de la materia oscura. Mucho menos, de la energía oscura; supuesta responsable de la expansión acelerada del Universo.
Y cuando lleguen las primeras respuestas, se plantearán nuevas preguntas que, como viene ocurriendo desde los orígenes de la humanidad, seguirán impulsando el saber sobre la Astronomía. Una historia que, como el Universo, crece a un ritmo acelerado.