El espectáculo robado del firmamento

Milky Way and Stone Tree. Crédito: Daniel López / IAC.
Fecha de publicación
Autor/es
Juan Federico de la
Paz Gómez
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El derroche de energía que las grandes urbes producen para alumbrar sus calles, más que iluminar, encandila a los ciudadanos impidiéndoles disfrutar del cielo nocturno y de sus estrellas. Varias iniciativas y proyectos han buscado luchar contra la contaminación lumínica a raíz de que el 31 de octubre de 1988 naciera la Ley del Cielo de Canarias. 30 años después, la situación parece haber cambiado, aunque no lo suficiente.

No cabe duda de que la iluminación eléctrica ha supuesto un avance importantísimo para la ciudadanía moderna. Ya nadie se imagina la noche sin luces que la iluminen. Destellos en la publicidad, edificios y monumentos que brillan en multicolor o cañones de luz que indican la localización de una discoteca son solo unos ejemplos de la cotidianeidad nocturna. Está claro que la electricidad se ha convertido en algo irrenunciable, pero ¿dónde termina la necesidad y empieza la ostentación? ¿Cómo marcar un límite entre el servicio público y el derroche energético? ¿Se ha caído en el error de vincular el desarrollo social con el despilfarro? Lo que está claro es que no siempre más luz significa iluminar mejor.

Bajo los cielos, el humano ha aprendido a orientarse, ha sabido en la estación del año en la que vivía y ha mirado a las estrellas para decidir si tocaba recoger la cosecha o para inspirarse con representaciones artísticas. Sin embargo, hoy día, el excesivo alumbrado de los núcleos urbanos provoca un destello difuso en el cielo, que dificulta alzar la mirada y ver algo distinto a la Luna. Es lo que se conoce como contaminación lumínica, un problema que ha permanecido siempre en un segundo o tercer plano y que ahora empieza a no pasar tan desapercibido.

La Comunidad de Canarias fue una de las primeras en darse cuenta de esta cuestión. Sus condiciones climáticas y geográficas le atribuyen un excelente escenario donde poder observar el firmamento. Por ello, hace 30 años (en 1988) el Parlamento Español aprobó la Ley sobre la Protección de la Calidad Astronómica de los Observatorios del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) con el objetivo de garantizar un cielo nocturno despejado en el que poder realizar la actividad investigadora de la Astronomía.

30 años de lucha

Ahora, el 31 de octubre, se cumple el trigésimo aniversario de esta iniciativa y son varios los avances y repercusiones que de ella han surgido. Numerosas instalaciones de alumbrado público se han venido modificando desde entonces para conseguir frenar el imparable avance de la contaminación lumínica. Con un simple cambio de bombillas que consumen menos, o el cambio en la orientación de las farolas para que la luz se dirija hacia abajo y no en todas direcciones, se consigue controlar el problema.

Pero no se trata solo de permitir a los amantes del cielo disfrutar tranquilamente de su afición. Un alumbrado responsable permite también disminuir el gasto energético. Según datos de la Oficina Técnica de Protección del Cielo del IAC, el consumo de energía se reduce utilizando luces adecuadas (como las de sodio de baja presión y ledes) y con apagados durante las horas de la noche de aquellas bombillas que no sean necesarias, en un 25 por ciento como mínimo, pudiendo llegar hasta un 40 por ciento.

Por otro lado, con farolas adecuadas que dirijan la luz hacia el suelo, dejando libre la bóveda celeste, se ilumina solo aquello que interesa y, según los expertos, se respetaría mucho más a varias especies animales de hábitos nocturnos que se ven afectadas por tanta luz.

En Canarias, casi tres millones de euros se han invertido para modificar el alumbrado público e intentar aislar a los Observatorios del IAC de la citada contaminación. Toda una batería de medidas que, sin duda, han tenido una repercusión importante tanto nacional como fuera de nuestras fronteras. Buen ejemplo de ello lo constituye ‘Startlight’, una declaración internacional en defensa de la calidad del cielo nocturno y el derecho de la Humanidad a disfrutar de la contemplación del Universo. En otras comunidades autónomas, como Cataluña, Baleares o Andalucía, han surgido ideas y proyectos que también intentan luchar contra este tipo de contaminación.

Electricidad versus Agua corriente

Si comparamos la luz eléctrica con el agua corriente, nadie permitiría que una fuente ornamental no tuviese un circuito cerrado para que el líquido transparente fuese reaprovechado. Y es que tirar el agua está mal visto. Sin embargo, desperdiciar luz en una farola que ilumine demasiado parece no haber calado hondo en la conciencia pública, a pesar de ser este un recurso no renovable. La electricidad se extrae del uranio, petróleo y carbón, todos ellos agotables y contaminantes.

Seguramente, si una pantalla enorme obstaculizara el disfrute del paisaje montañoso que rodea a una ciudad, o de los ríos que la atraviesan, la sociedad mantendría una actitud más crítica frente a un mal diseño del alumbrado público. El motivo es que este también roba a los ciudadanos la posibilidad de disfrutar de otra parte, al igual que la sierra, del paisaje natural: la noche. Si cada uno pone un poco de su parte, aquello de que solo en pueblos pequeños se disfruta de un cielo estrellado pasará a la historia y las grandes urbes recuperarán un tesoro que nunca deberían haber perdido.

FEDERICO DE LA PAZ GÓMEZ (Jefe Técnico de la Oficina de Protección de la Calidad Cielo del Instituto de Astrofísica de Canarias).