Andrómeda era hija de Cefeo, rey de la Etiopía oriental, las más próxima al Sol naciente. Su madre, la engreída reina Casiopea, había osado proclamarse superior en belleza a las Nereidas, hijas del dios marino Nereo y de la océanide Doris. Quizá lo hiciera sin caer en la cuenta de que una de esas ninfas marinas, Anfitrite, era la esposa de Poseidón. Error fatal porque, en castigo por el insulto, el supremo dios de todas las aguas envió a Cetus -una voraz ballena- para que asolara el reino, causando devastadoras inundaciones.
Siguiendo los consejos de un oráculo, la joven y hermosa Andrómeda fue encadenada por sus padres a una roca a la orilla del mar y ofrecida desnuda en sacrificio a Cetus como único modo de apaciguar al dios del tridente. Y habría sido devorada por el monstruo de no haber aparecido en escena Perseo, hijo de Zeus y de Dánae, otra bella princesa. Enamorado de Andrómeda nada más verla, el heroico argivo llegó a tiempo de salvarla montado en Pegaso, el Caballo Alado. Y lo consiguió mostrando a la ballena la horrible cabeza de Medusa, la mortífera gorgona de cabellos de serpientes. Inmediatamente, el cetáceo se convirtió en piedra, quizá en un arrecife de coral.
Hoy, Andrómeda da nombre a una constelación y a una galaxia en ella, cuya imagen ilustra esta entrada, junto a dos famosas pinturas inspiradas en el mito griego. Se trata de la primera imagen obtenida con el “Fotomatón cósmico”, el astrógrafo remoto de la Unidad de Comunicación y Cultura Científica (UC3) del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), en el marco del proyecto “NIÉPCE: del negativo al positivo”, un homenaje de la Astronomía a la Fotografía.