Vega, Deneb y Altair se convierten en las superestrellas del hemisferio norte durante las noches de agosto
Vega, una de las estrellas más brillantes del cielo, forma con Deneb y Altair el asterismo conocido como Triángulo de Verano, que puede contemplarse en el hemisferio norte durante las noches estivales, siempre que no haya nubes. Oswald Thomas, director en dos ocasiones del Urania-Sternwarte, el primer observatorio popular de Austria, y del Zeiss Planetarium de Viena, compuso con esas estrellas la figura geométrica imaginaria que les da nombre, aunque al principio el astrónomo de origen transilvano optó por Gran Triángulo.
Eran los años 20 del siglo pasado y Thomas, autor de un célebre programa de planetario titulado “El Cielo sobre Viena” y de un atlas de las constelaciones con ilustraciones del artista austrohúngaro Richard Teschner, no dudó en apostar por la divulgación de la astronomía mucho antes de que lo hiciera Patrick Moore en su programa de televisión. Pero fue este legendario divulgador británico de la BBC quien realmente puso de moda el famoso triángulo veraniego.
Las estrellas de este triángulo, más bien isósceles, no pertenecen a una misma constelación. De ahí que, en este caso, hablemos de asterismo, definido como un prominente grupo de estrellas, no ligadas físicamente entre sí y con un nombre evocador de una figura, aunque sin llegar a constituir una constelación. En el Triángulo de Verano, sus vértices –las estrellas Vega, Deneb y Altair- son precisamente las estrellas principales de tres constelaciones distintas: Lira, Cisne y Águila, todas ellas con sus correspondientes historias mitológicas.
En la antigüedad, la presencia nocturna de las estrellas era tan manifiesta que inevitablemente los pueblos de entonces habían de establecer vínculos con ellas. Las diferentes culturas creyeron o quisieron ver dibujado en el cielo a sus héroes mitológicos y sus leyendas. De dividir el firmamento en elementos pictóricos surgieron, por tanto, las constelaciones: agrupaciones aparentes de estrellas que parecen hallarse en el mismo plano, aunque en realidad se encuentran a diferentes distancias sin que necesariamente exista relación entre ellas.
Por convenio, hoy una constelación es cada una de las 88 áreas en que se divide el cielo así como el grupo de estrellas que contienen. Sin embargo, a lo largo de la historia, el número total y el área que ocupaban variaban según el autor que catalogaba las estrellas… hasta que, en 1922, estas constelaciones y sus abreviaturas oficiales fueron definitivamente establecidas por la Unión Astronómica Internacional.
Eratóstenes, astrónomo y director de la Biblioteca de Alejandría, acuñó el término catasterismos (que significa “colocados entre las estrellas”) en su obra homónima para designar la conversión de un ser mitológico en una agrupación atractiva de estrellas. Así han sido catasterizados en el cielo los principales personajes de la mitología grecolatina.
La constelación de la Lira, a la que pertenece Vega (nombre en árabe que significa “el águila que cae en picado”), forma parte del mito de Orfeo, héroe de Tracia. La lira había sido un regalo de su padre, Apolo, y la tocaba de forma que hasta los animales salvajes y los árboles se emocionaban al escucharle. Su pasión por Eurídice fue de tal intensidad que, cuando ésta murió, Orfeo bajó a los infiernos a buscarla. Conmovidos por el sufrimiento del enamorado, los dioses accedieron a liberar a Eurídice con la única condición de que, en el viaje de regreso al mundo superior, Orfeo evitara mirarla. Pero antes de llegar, no pudo contenerse y miró a su bella Eurídice, quien al momento bajó de nuevo al Hades, esta vez para siempre. Orfeo, enloquecido, murió a manos de un grupo de mujeres libidinosas a las que había rechazado. Finalmente, él y su amada se reunieron simbólicamente en el cielo, donde Zeus colocó la lira que da nombre a esta constelación. En ella se encuentra una bella nebulosa planetaria: la Nebulosa del Anillo, por la forma que adopta vista con un telescopio.
La constelación del Cisne, a la que pertenece Deneb (“cola”, en árabe), también es conocida como la Cruz del Norte, la contrapartida de la Cruz del Sur. Representa a un cisne amigo de Faetonte, hijo de Helios. Cuando Faetonte intentó conducir el carro de su padre, los caballos se desengancharon y, en consecuencia, el Universo se incendió. Zeus, irritado, le castigó mandándole un rayo que le hizo acabar en el río Erídano. Para consolar al apenado cisne por tal pérdida, los dioses lo ubicaron en el cielo formando esta constelación.
Según otras leyendas, podría tratarse o bien de Orfeo, convertido en cisne y llevado a los cielos para estar cerca de su lira, o bien del propio Zeus, que se metamorfoseó en este animal para seducir a Leda, reina de Esparta.
Esta constelación contiene la Nebulosa del Velo, la zona más brillante de los restos de una antigua supernova, así como la Nebulosa Maldita, la Nebulosa de Norteamérica y la Nebulosa del Pelícano. Pero el Cisne es más conocida por albergar agujeros negros, como el descubierto por el astrónomo del Instituto de Astrofísica de Canarias Jorge Casares y sus colaboradores, el sistema V404 Cyg, cuya reciente actividad está siendo observada con telescopios de todo el mundo, entre ellos el Gran Telescopio CANARIAS (GTC), en la isla de La Palma.
La constelación del Águila, que alberga a la variable Altair (“la voladora” en árabe), de nuevo la estrella más luminosa, también tiene sus mitos de referencia. Fue el águila que, por encargo de Zeus, secuestró al joven y bello mortal Ganimedes para convertirlo en copero de los dioses. Éste era un joven pastor, hijo del fundador de Troya, cuya hermosura era tal, que los dioses lo quisieron en el Olimpo. Zeus, transformado en águila, lo raptó, no sin antes compensar convenientemente al padre por la pérdida de su hijo. Pero en la residencia de los dioses ya había quien les servía néctar y ambrosía: Hebe, la diosa de la juventud, hija de Zeus y de Hera. Esta última no vio con buenos ojos la presencia de tan bello competidor de su hija. Por esta razón, Zeus decidió colocar en el cielo a Ganimedes, donde estaría a salvo de peligros y podría escanciar sin problemas.
Según otro mito, esta constelación representa al águila que, desde el amanecer hasta el ocaso, devoraba el hígado del inmortal titán Prometeo, castigado por Zeus por robar el fuego de los dioses y dárselo a los mortales. La tortura duró hasta que el héroe Heracles dio muerte al animal con una flecha. Agradecido, Prometeo le reveló el modo de obtener las manzanas doradas del Jardín de las Hespérides.
En cualquier caso, Zeus quiso recompensar los favores del ave rapaz inmortalizándola en el cielo. La constelación contiene cúmulos de estrellas abiertos y las nebulosas oscuras Barnard 142 y 143, con forma de una gigante “E”. Estas nebulosas de absorción interceptan la luz emitida por las estrellas situadas detrás de ellas y son capaces de absorber su energía.
Las rutilantes Vega, Deneb y Altair, de color azul, amarillo y blanco, respectivamente, no son astros exclusivos de latitudes boreales ni del verano. También en otros meses se puede ver este triángulo de superestrellas, aunque no tan notoriamente. Incluso es visible, aunque invertido y cerca del horizonte, en el hemisferio sur, donde ahora es invierno. Pero, claro, no es lo mismo…
Este artículo ha sido publicado en la versión digital del periódico El País/Materia con fecha 6 de agosto de 2015: http://elpais.com/elpais/2015/08/06/ciencia/1438865389_345058.html