El 16 de julio de 1994 impactaba en Júpiter el primer fragmento del cometa P/Shoemaker-Levy 9, tal y como los astrónomos habían predicho con un año de antelación. Ojalá el cielo nos volviera a dar un espectáculo como ése…
“No sabe uno hacia dónde mirar, si hacia Júpiter o hacia los que miran a Júpiter con un entusiasmo de turistas en un país exótico”. Aunque la frase es de Juan José Millás (EL PAIS, 22 de julio de 1994), me permito asumirla para describir aquella semana de locura colectiva, de insomnio voluntario y de inquietud científica.
En efecto, ahora todos hablan del contagio, de la magia y del entusiasmo común recordando aquella semana de julio, aquellos impactos en Júpiter, que imaginados en nuestro planeta no dejaban de producirnos cierto desasosiego. Por increíble que pareciera, un cometa con un nombre largo y difícil -el P/Shoemaker-Levy 9- alcanzaba mayor popularidad que el propio Halley, hasta entonces “el cometa” por antonomasia. Me siento afortunada, por tanto, de haber vivido de cerca la tensión y el acaloramiento de los astrónomos en torno a este espectáculo en el cielo, comprendiendo y compartiendo una vez más su fascinación por la Astronomía.
Fue una receta para combatir con furiosa ilusión el desánimo del nunca-pasa-nada. Una emoción que imagino comparable a la que sintió Galileo, enfrentado a la entonces vigente teoría geocéntrica, cuando descubrió los satélites girando alrededor de Júpiter, de nuevo protagonista, o la vivida con la llegada del Hombre a La Luna, de la que celebrábamos, casualmente por las mismas fechas, su 25 aniversario. Como entonces, los medios de comunicación jugaban un papel estelar y en el IAC todos lo sabíamos.
El cometa, tras quedar atrapado en la órbita de Júpiter y romperse en múltiples fragmentos, no solo perdió la P/ que se anteponía a su nombre indicando su carácter periódico. También perdió su vida, estrellándose contra el planeta. En cuanto a Júpiter, puede que después de todo apenas se inmutara y nada se alterara en su epidermis gaseosa. Pero en algo si habrá cambiado para mí este planeta gigante, que como la Tierra, gira alrededor del Sol. Ya no es un objeto ajeno, sino un rostro familiar del que conozco hasta sus manchas más pequeñas.
En periodismo se valoran las noticias por su cercanía. Lo ocurrido en tu propia ciudad interesa más que si tuviera lugar a miles de kilómetros. Por la misma razón, a la escala del Universo, la proximidad de esta colisión en nuestro sistema solar, histórica y sin precedentes, quizá haya despertado en nosotros un sentimiento de nacionalidad cósmica y de conciencia planetaria que hasta ahora ignorábamos.
(Artículo publicado en la revista IAC Noticias, N. 3-1994, pág. 3)