Prácticamente toda la información que nos llega del Universo lo hace en forma de luz, exceptuando una pequeña parte que corresponde a material recogido de meteoros y cometas, partículas detectadas procedentes del Sol, etc. Así, el desarrollo de la parte de la Física que estudia las leyes y los fenómenos de la luz, la Óptica, ha sido un pilar fundamental en la investigación astrofísica. Desde sus comienzos, ambas disciplinas evolucionaron a la par. Y, en el inicio, fue Ibn al-Haitham, el hilo conductor para la celebración, en 2015, del Año Internacional de la Luz y las Tecnologías Basadas en la Luz.
Ibn al-Haitham, o Alhazen -nombre que puede resultarnos más familiar-, nació en Basra (actualmente Irak) en el año 965, en plena Edad de Oro de la ciencia islámica. Esta época fue inaugurada y fomentada por al-M’amūn -séptimo califa abasí e hijo del califa de Las Mil y una noches, Hārūn al-Rashīd-, fundador de la Casa de la Sabiduría o Bayt al-Ḥikma. Considerado por algunos como el padre de la Óptica moderna (así, ciertamente, nos lo contaban en la Facultad), al-Haitham atacó directamente las teorías sobre la visión desarrolladas hasta entonces, de herencia helenística, y formuló una alternativa viable, que tuvo una profunda influencia en Occidente.
Antes de la aparición de al-Haitham, los Epicúreos habían conferido a la luz un carácter corpóreo y aseguraban que películas muy delgadas de átomos viajaban desde los objetos hasta los ojos del observador, en lo que se llamaba la “teoría de la intromisión”. Por otra parte, Euclides y Ptolomeo sustentaban la “teoría de la emisión”, que postulaba que los rayos visuales emanaban del ojo cuando el observador miraba un objeto. Incluso se hallaba en debate una tercera teoría, una especie de combinación de estas dos anteriores, establecida por Platón y Galeno.
Así las cosas, al-Haitham propuso una teoría diferente: al contrario que las anteriores (que se basaban más en deducciones lógicas a partir de sucesos naturales observados), se fundamentó en experimentos diseñados con cuidado para comprobar sus hipótesis, siguiendo un procedimiento similar al método científico que se emplea hoy en día. Observando y experimentando con varios fenómenos, como el daño que la luz brillante producía en los ojos, o la persistencia retiniana (la imagen que permanece durante un momento en la retina aún después de haber desaparecido del campo de visión), llevaron a al-Haitham a concluir que el ojo actuaba como recipiente de la luz. De sus experimentos dedujo que los objetos son visibles porque nos llega la luz desde ellos, aunque esta provenga inicialmente de una fuente luminosa. Sugirió así el fenómeno de la reflexión. Más aún, infirió que la información del color, que siempre acompaña a un objeto, debía llegar al ojo mezclada con la luz, no como algo independiente. Hoy sabemos que los colores que percibimos dependen de la longitud de onda de la luz que nos llega.
En el año 1015, Ibn al-Haitham publicó un tratado de siete volúmenes, titulado Kitāb al-Manāẓir -conocido en occidente como De Aspectibus o Perspectiva- que, traducido al latín en el siglo XII (o principios del XIII), dominó el pensamiento occidental sobre la Óptica hasta principios del XVII, constituyó la base de lo que esta disciplina es en la actualidad, además de un poderoso motivo para celebrar, 1.000 años después y en todo el mundo, el Año Internacional de la herramienta fundamental de la Astrofísica: LA LUZ.
REFERENCIAS:
LINDBERG, David C. Studies in the history of medieval optics. Variorum Reprints, London (1983)
ORDÓÑEZ, J., NAVARRO, V., SÁNCHEZ RON, J.M.. Historia de la Ciencia. Espasa Calpe, S.A., 2004