Con el comienzo de un nuevo año reconstruimos mentalmente la estructura del calendario gregoriano –el nuestro–, con sus días, semanas y meses. Sin embargo, existen otros muchos tipos de calendario, creados y utilizados por diferentes culturas a lo largo de la historia de la humanidad. El Maya, por ejemplo, vinculado con una profecía del apocalipsis que aseguraba el fin del mundo en 2012, es un calendario muy complejo que evidencia el conocimiento que de los astros tenía el pueblo que lo concibió.
El religioso español Fray Diego de Landa, que vivió en la península de Yucatán entre 1549 y 1578, quiso evangelizar a los nativos a toda costa y hoy se guarda un mal recuerdo de su cruel acción inquisidora. “En uno de los peores actos de vandalismo cultural de la historia” –en palabras de Jared Diamond, autor de Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen- quemó todos los manuscritos mayas que pudo localizar en su afán por acabar con el “paganismo” o “falsedades del demonio”. De ahí que, en la actualidad, sólo nos queden cuatro de estos manuscritos (escritos con caracteres llamados “glifos”), los códices conocidos por el lugar donde se conservan: Dresde, Madrid, París y Nueva York, que tratan sobre todo de astronomía y calendario.
Paradójicamente, al franciscano pirómano también se le debe una descripción detallada de la sociedad maya junto a una confusa explicación que recibió de un informante acerca de su peculiar escritura. Casi cuatro siglos después se demostró que aquella información contenía pistas para su desciframiento.
Hace dos años, muchos quisieron convencernos de que en esa escritura está marcado el destino de la Humanidad, seguramente porque vender milenarismos y apocalipsis siempre ha sido muy rentable. Por ello no creí en las “siete profecías mayas” ni en el fin del mundo que habían previsto para el 21 de diciembre de 2012. Según el astrofísico del IAC y experto en Arqueoastronomía Juan Antonio Belmonte, conocedor de las culturas mesoamericanas y en especial de la cultura maya, una de las únicas inscripciones que hablaban del supuesto fin de un ciclo del tiempo en 2012 estaba en el Monumento 6 de Tortuguero, un yacimiento maya de la costa del golfo de México. Sin embargo, en ella faltaban dos de los glifos esenciales para la comprensión del texto, que estaban dañados, y sólo podía leerse “El decimotercer Bak’tun finalizará en 4 Ahau, 3 K’ank’in. ¿…? ocurrirá. (Será) el descenso (?) del Dios(es) ‘Nueve Apoyos’ a el ¿…?”. La otra inscripción, descubierta en La Corona (Guatemala), así como textos glíficos hallados en Palenque y otros lugares demostraban que para los mayas no acababa ningún ciclo en 2012 y que el tiempo iba más allá de aquel año.
Computar el tiempo
Los mayas disponían de tres formas de computar el tiempo: los calendarios Tzolkin, de 260 días, y Haab, de 365 días, y la Cuenta Larga.
En el primer calendario, con funciones religiosas y adivinatorias, la unidad básica era el día, que combinaba un número del 1 al 13 y un conjunto de 20 días con su propio nombre (Imix, Ik, Akbal, Kan, Chicchan, Cimi, Manik, Lamat, Muluc, Oc, Chuen, Eb, Ben, Ix, Men, Cib, Caban, Etz’nab, Cauacy Ahau). Los días se contarían asimilando un número a un día de manera sucesiva hasta hacer coincidir de nuevo el número 1 con el día Imix, lo que sucedía pasados 260 días y que completaba así un ciclo tzolkin.
El segundo ciclo, Haab o Año Solar, de carácter civil y agrícola, tenía 18 meses de 20 días cada uno, más un mes adicional de cinco días que servían para construir el año astronómico de 365 días. Cada mes tenía también su nombre: Pop, Uo, Zip, Zotz, Tzec, Xul, Yaxkin, Mol, Chen, Yax, Zac, Ceh, Mac, Kankin, Muan, Pax, Kayab, Cumku y Uayeb. El sistema de cuenta consistía en la combinación de 20 por 18, a la que habría que sumar 5, hasta cumplir los 365 días, empezando cada año por 0 Pop.
Ambos ciclos se combinaron para formar un período mayor, la Rueda Calendárica, obtenida de multiplicar 260 por 365, lo que da un total de 18.980 días (73 tzolkin o 52 haab). Con esta unidad de tiempo superior se medían períodos de 52 años (solares), muy extendido en todas las culturas mesoamericanas, aunque fue especialmente relevante para los méxicas.
Los mayas usaban además la llamada Cuenta Larga, una forma lineal de medir el tiempo, que ha permitido fechar la historia maya con gran precisión. Esta cuenta la integraban varios ciclos de tiempo que recibieron los siguientes nombres: Baktun (20 katunes) con 144.000 días; Katun (20 tunes), con 7.200 días; Tun (con 18 uinales), 360 días; Uinal (con 20 kines), 20 días; y finalmente el Kin, 1 día. Este complejo sistema de anotación calendárica, que no acaba aquí, y siempre asociado a deidades patronas, pone de manifiesto el conocimiento que los mayas tenían del comportamiento de los astros, sobre todo del Sol, de la Luna y del planeta Venus.
El antropólogo Stephen Houston, al que se refirió Belmonte en una conferencia en el Museo del la Ciencia y el Cosmos, de Museos de Tenerife, había advertido de que fuera lo que fuese lo que el Monumento 6 de Tortuguero nos dijera debía relacionarse con el edificio asociado a la inscripción y no tendría nada que ver con la profecía o los supuestos eventos que nos esperaban en 2012. Y sobre esto –decía-, “los mayas estaban mostrando un silencio pasmoso, o como mucho, unas asociaciones de ideas más bien aburridas y nada trascendentes”. En cualquier caso, como concluía Belmonte, “si los mayas no fueron capaces de prever su propio colapso, ¿por qué iban a ser capaces de prever el nuestro?”.