Representaciones artísticas (no realistas) de un exocinturón de Clarke con y sin retrato de Sir Arthur C. Clarke. Crédito: Caro Waro (@carwaro).
Encontrar vida en otros lugares del Universo ha sido siempre uno de los grandes anhelos de la humanidad. Por primera vez en la Historia, la comunidad científica tiene esperanzas fundadas de que este sueño se haga realidad en un futuro cercano. Y ello gracias a la nueva generación de telescopios gigantes, actualmente en construcción, con los que esperamos poder analizar en detalle las atmósferas de otros planetas. Por esta razón, se están dedicando grandes esfuerzos a la investigación de lo que se conoce como "biomarcadores", es decir, evidencias observacionales que podríamos detectar en otros planetas y que, de hallarse, nos permitirían afirmar con certeza que allí existe vida.
Sin embargo, una cosa es localizar formas de vida y otra muy distinta, civilizaciones inteligentes o con capacidad tecnológica, que parece mucho más improbable. Para empezar no sabemos bien qué buscar, carecemos de buenos tecnomarcadores (el análogo a biomarcadores pero que revelarían la presencia de tecnología). Desde los años 80 se vienen efectuando búsquedas de señales de radio procedentes de otras civilizaciones, hasta ahora sin éxito. Esto no es sorprendente si consideramos que las emisiones de radio de una sociedad como la nuestra serían indetectables a distancias interestelares, salvo que fueran intencionadamente focalizadas en la dirección del receptor. En la literatura científica se ha propuesto buscar otros tecnomarcadores, como las populares "esferas de Dyson", que serían hipotéticas megaestructuras artificiales construidas alrededor de una estrella para recoger su luz y alimentar las necesidades energéticas de una civilización muchísimo más avanzada que la nuestra.
En el artículo publicado por el investigador del IAC, Héctor Socas, se propone un nuevo tecnomarcador, con la peculiaridad de que sería producido por tecnología que ya tenemos en la actualidad en la Tierra. Existe una región del espacio muy interesante alrededor de un planeta llamada el "cinturón de Clarke", en homenaje al escritor e inventor Arthur C. Clarke, quien publicó en 1945 un artículo sobre el uso de órbitas geoestacionarias para telecomunicaciones. En este cinturón orbitan los satélites geoestacionarios, que utilizamos para un gran número de aplicaciones prácticas.
En la investigación se muestran diferentes simulaciones de “exocinturones de Clarke” para determinar cuál sería la huella que dejarían sobre la luz de su estrella al transitar el planeta por delante. Las condiciones óptimas de observación se dan en planetas orbitando en torno a estrellas enanas rojas, que son también las más idóneas para la búsqueda de exoplanetas. Además, en el artículo publicado en The Astrophysical Journal, se detalla cómo podría distinguirse mediante observaciones entre estos cinturones artificiales y anillos naturales. De esta manera, los proyectos y misiones espaciales existentes en la actualidad para descubrir exoplanetas y sus lunas o anillos servirían también para detectar este marcador. "Es una búsqueda que nos sale gratis", dice Héctor Socas. Y añade: "Simplemente tenemos que mantener los ojos abiertos, por si acaso detectamos estas huellas en los datos".
El cinturón de Clarke de la humanidad (nuestros satélites geoestacionarios y geosíncronos) está demasiado despoblado como para ser detectable a distancias interestelares, al menos con nuestra capacidad de observación actual. Aproximadamente dos tercios de los satélites que existen se encuentran en la región llamada "órbita baja", que comprende los primeros cientos de kilómetros de altura y es donde la basura espacial resulta un problema importante. La órbita de Clarke se encuentra más lejos, a 36.000 km de altura y está más despoblada, acogiendo un tercio de los satélites en un espacio mucho mayor. Sin embargo, los datos presentados en la publicación muestran que, a lo largo de las últimas décadas, la densidad de satélites en esta órbita ha ido aumentando exponencialmente. De continuar este ritmo, en el año 2200 nuestro cinturón de Clarke sería detectable desde otras estrellas.
Aunque podría acelerarse si se abarata el acceso a esta órbita, por ejemplo con los nuevos cohetes reutilizables o mediante la construcción de un futuro ascensor espacial. O podría ralentizarse si el avance tecnológico dictara otras necesidades. En cualquier caso, existe un debate abierto sobre si la humanidad debería enviar activamente mensajes al espacio o si, por el contrario, debería escuchar discretamente sin revelar su presencia. "En este contexto, el aumento exponencial de nuestra población de satélites puede acabar convirtiéndose en una señal que nos delate, queramos o no. Es un elemento a tener en cuenta en este debate", señala Socas.
Ante la pregunta si se descubrirá algún día un exocinturón de Clarke y, por tanto, una civilización extraterrestre, el investigador indica: “Parece poco probable, pero no cuesta nada mirar. Es como si alguien te hubiera regalado un billete de lotería. Sabes que lo más probable es que no te haya tocado pero, ya que lo tienes, lo compruebas por si acaso".
Artículo: Possible Photometric Signatures of Moderately Advanced Civilizations: The Clarke Exobelt. The Astrophysical Journal. DOI: 10.3847/1538-4357/aaac66
Contacto IAC: Héctor Socas Navarro (hsocas [at] iac.es (hsocas[at]iac[dot]es))
Otros enlaces de interés: Possible photometric signatures of moderately advanced civilizations: The Clarke exobelt
Material audiovisual: